En medio de esta nueva oleada de movimientos y acciones reivindicativas contra el racismo desde CIPREA nos inclinamos a intervenir sobre la raíz del para evitar perpetuar el problema. Las mentes de los niños de ahora serán las de los adultos del futuro y la educación que estos reciban condicionará el trato que les darán a aquellos que son sus iguales, pero diferentes. La educación en valores en esta etapa tan sensible de su vida contribuye a evitar actos de crueldad y de sufrimiento como el acoso escolar, marginación, burlas, prejuicios, etc

El racismo no es algo que ocurra solamente en EEUU hacia la población afroamericana y latina. En España la población inmigrante (africana, latinoamericana y del resto de Europa) ha aumentado notablemente durante las últimas dos décadas y las personas extranjeras e inmigrantes se han convertido en vecinos, compañeros de colegio, de universidad y del trabajo, pero también en nuestros médicos, peluqueros, profesores o asistentas. En definitiva, las personas inmigrantes han pasado a formar parte de nuestra realidad y cotidianidad, y tenemos la oportunidad como padres de combatir el racismo, el sesgo y la discriminación que a menudo lacran nuestra sociedad.

Podemos elegir fomentar el odio y el rechazo a estas personas que, si o si, van a formar parte de la vida de nuestros hijos, o inculcarles aquellos valores que les permiten convivir con ellos y enriquecerse de lo que les pueden aportar.

En realidad, esto es responsabilidad de todos Tanto de los padres que son inmigrantes como de los que no lo son pueden aportar a la causa de forma diferente.

Como padres inmigrantes hemos de ayudar a nuestros hijos a construir una visión positiva de su grupo racial y cultural, apreciando los valores, creencias y costumbres de cada tradición, haciéndoles partícipes de ellos y dándoles estrategias que les permitan enfrentar los prejuicios y la discriminación con la que muy probablemente se encontraran a lo largo de la vida. Es decir, hemos de advertirle de aquellos comportamientos, y prejuicios con los que la gente puede mirarlos (pensar que están menos cualificados de lo que están, que los demás esperen que ellos acepten peores condiciones de trabajo y salariales, que son parásitos que vienen a “quitarnos” nuestros recursos) y enseñarles a responder de forma adecuada (desmentir las ideas equivocadas de forma tajante pero sin violencia y desde el respeto).

Al mismo tiempo que se les hace apreciar sus orígenes y se les prepara para combatir la discriminación se les debe inculcar que han de estar abiertos, pues no van a recibir el mismo trato por parte de todas las personas y que, por supuesto, serán acogidos e integrados por otros de forma natural.

Evidentemente, en el área de protección infantil, el objetivo es prevenir el abuso infantil, no solo ayudar a los niños a lidiar con su abuso después de que haya ocurrido y el rol de los padres no inmigrantes es primordial en esta labor.

El silencio sobre la raza y pretender que el racismo no existe no es beneficioso para los niños ni inmigrantes ni no inmigrantes. No estamos ciegos, la raza existe y la diferencia también. El silencio de los padres no extranjeros puede transmitir a los niños que los temas raciales son tabú o que los temas raciales son importantes solo para las personas de color. Los padres blancos tienen la responsabilidad de combatir el racismo, el prejuicio y la discriminación, comenzando con la socialización de sus propios hijos y empezando por hablar con sus hijos sobre la raza de manera apropiada para su desarrollo.

Para los niños pequeños, estas conversaciones pueden implicar reconocer que las personas tienen una apariencia diferente, hablar sobre esas diferencias, sobre si las personas son bajas, altas, tienen el pelo rojo o los dientes amarillos, la piel oscura o los ojos claros, pero que tienen el mismo valor y que los rasgos físicos de alguien no nos dicen nada sobre su personalidad sus intereses etc. Cuando vean a alguien diferente y pregunten porqué es así no debemos alarmarnos o avergonzarnos. La pregunta: “mamá ¿por qué esa señora lleva un pañuelo en la cabeza?” es una pregunta inocente y solo nosotros la podemos convertir en racista si respondemos “niña, esas cosas no se preguntan”.

Nos puede ayudar poner ejemplos de amigos (tanto nuestros como suyos) que han emigrado o de amigos que sean de otras razas y cultura. Hablar del tipo de trato y confianza que tenemos con ellos o de las cosas que nos han aportado.

Para los niños mayores, estas conversaciones pueden centrarse en hablar sobre el racismo estructural y otras formas de racismo, como las microagresiones, y las formas en que pueden desafiar el racismo, como no quedarse callado si escuchan a alguien hacer un comentario racista, por ejemplo «Ese chiste no es gracioso». Se les debe hacer conscientes de que aunque ellos quizás no manifiesten un comportamiento racista éste si que es un problema en la sociedad actual, hay que prevenirles explicándoles que algunas personas sí creen que las características asociadas a las razas añaden o restan valor a las personas o incluso describen su manera de pensar y sentir, y a la vez hay que mostrar por qué están equivocadas.

Para que los niños más mayores o adolescentes puedan tener una visión global del problema del racismo hay que explicar de dónde viene el prejuicio y la discriminación. Se pueden usar eventos en los medios de comunicación para explicar temas como el privilegio blanco y por qué los movimientos como Black Lives Matter son importantes. Se puede hablar sobre la esclavitud y la conquista, ubicando los eventos actuales en una perspectiva histórica que ayude a los niños a comprender que el racismo no surge de los cuerpos de las personas, sino de situaciones de injusticia que ocurrieron hace mucho tiempo y cuyos efectos aún se hacen notar en las creencias de muchas personas

Tanto para niños pequeños como mayores puede ayudarles explicar los motivos por los que la gente emigra, tanto aquellos que tienen que ver con buscar una vida mejor como los que tienen que ver con la huida de una situación de riesgo desde su país de origen. Esto favorecerá la empatía con las realidades ajenas y la aceptación de estas.

Por último, nosotros somos los primeros que debemos asumir nuestros prejuicios para poder ponerles remedio. Nuestros hijos nacen sin prejuicios, son como una tábula rasa y se van exponiendo a dinámicas de interacción entre personas que tienen un contenido racista. De manera pasiva, empiezan a aprender que quienes tienen cierto aspecto físico, visten de una manera determinada o hablan de un modo concreto, se comportan de cierto modo y así se perpetúa el racismo, aunque ellos no hayan estado expuestos a los acontecimiento históricos y culturales que lo originaron en un primero momento. Este fenómeno se explica en el siguiente experimento

 

Irene Alonso Martínez

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