En primer lugar, cuando se plantea la existencia de dos o más hermanos, y la relación entre ellos, hay que asumir que siempre es normal cierta rivalidad, pues son competidores natos. Hablando desde un punto estrictamente biológico, tener un hermano amenaza la supervivencia, pues todo aquello que recibe tu hermano (comida, afecto, calor…) no lo recibes tú.
Esto hace que las discusiones entre hermanos sean normales y no debemos alarmarnos o dramatizar su ocurrencia, hay que tratarlas con normalidad. Sin embargo, es evidente que hay que incidir sobre ellas porque rompen la armonía familiar y pueden crear rencores que se enquisten de forma innecesaria.
En ocasiones hay entre los hermanos existe una gran diferencia de edad, de sexo y de intereses, que dificulta la cercanía entre ellos, pero no por esto debemos renunciar a luchar por una sana relación entre nuestros hijos. Un vínculo sano entre los hermanos es la mejor herencia que les podemos dejar, y es más valioso que la educación, el dinero o cualquier otro bien material, es una persona en la que apoyarse y supone un factor protector para muchísimas dificultades que se pueden encontrar a lo largo de la vida. Además, existen investigaciones que demuestran que las relaciones entre hermanos a menudo desempeñan un papel importante en la determinación de cómo interactuarán en otras relaciones: con amigos, pareja u otras personas cuando sean un poco más mayores.
Ahora bien, ¿Cuáles son las claves para que los hermanos no terminen llevándose como Caín y Abel?:
Las comparaciones
Es fundamental evitar las comparaciones y aceptar las diferencias entre ambos. Cada uno tiene derecho a ser amado por lo que es, sin tener la sensación de que sería mejor si fuese otra persona distinta. En ocasiones no nos damos cuenta de hasta que punto los niños son perceptivos respecto a este tipo de comparaciones, a veces hablamos pensando que nos escuchan y otras veces delante de ellos podemos compararles de forma sutil, a través de un gesto o una mirada. Los niños notan todo.
En ocasiones también podemos llegar a caer en su trampa, hay educadores que piensan que hay que tratar a ambos hermanos por igual para que no se comparen, pues eso trae conflictos y envidias insanas. Sin embargo, la realidad es que no se debe permitir que su propia comparación sea una forma de conseguir las cosas que quieren: “claro, es que a fulanita le dais más que a mí” y para que no tenga envidia ni rabia contra su hermano/a el educador termina dándole lo que quiere. No hay que obsesionarse con el trato igualitario, pues la realidad es que somos diferentes y enseñar a los niños a asumir eso también forma parte de nuestra labor como educadores. Hay que repetirles incansablemente el mensaje de que los padres/educadores dan o se comportan de manera distinta con los hijos, y que eso no es malo, sino que lo hacen porque cada niño necesita cosas diferentes en momentos distintos. Además, esto no significa que lo que se sienta por cada uno sea distinto, sino que se siente el mismo amor y cariño por todos los hermanos
El respeto
Enseñar a respetar al otro hermano: respetar la propiedad, incluso en el seno de la familia, es importante. Pedir permiso si quieren coger algo del otro, pedirlo por favor y dar a las gracias. Respetar el tiempo de estudio y el silencio, respetar los sentimientos del otro (no hacer burla si el otro llora o tiene miedo). Asimismo, debemos enseñarles a respetar las vulnerabilidades de los demás, ya que como se suele decir “los niños pueden llegar a ser muy crueles” y los hermanos se conocen muy bien entre ellos, tienen muy claro cuáles son los puntos débiles del otro y pueden usarlos para hacerse daño. Muchas de las cuestiones anteriormente habladas tienen que ver con un trato digno, algo que los niños deben aprender ya sea entre hermanos o con otras personas, en efecto, los primeros modales se aprenden en la familia.
Como padres no debemos hablar mal de un hermano delante del otro, pues es un ejemplo de falta de respeto. Tal y como mencionábamos en uno de los puntos anteriores, esto lo podemos hacer de forma muy sutil, con un suspiro o un ceño fruncido, y los niños lo percibirán.
Los conflictos:
Lo primero que hay que tener en cuenta es que los conflictos actúan como un barómetro de la paciencia de los padres o educadores, la miden y la ponen a prueba. Esto significa que es normal que nos alteremos ante las discusiones entre hermanos, pero hay que recordar que nosotros somos los adultos, y debemos, por contraposición, actuar con calma y serenidad.
En el momento en el que se produce un conflicto debemos evitar tomar partido. No podemos posicionarnos a favor de ninguno de los hermanos, ni en contra del otro. La mejor alternativa es hablar con cada uno por separado, porque es muy probable que en toda discusión cada uno tenga algo de razón y algo de culpa. Nuestra labor como educadores corresponde a la labor de mediadores, y debemos procurar no actuar como jueces o abogados. Se pueden aprovechar los conflictos para promover la empatía. Hacer que se pongan en el lugar del otro, que se escuchen y entiendan como se está sintiendo el otro hermano.
Cuando tengas que lidiar con un conflicto entre hermanos, trata de entender qué hay detrás del conflicto y cómo o porqué tienden a producirse (pelean por el espacio personal, o por tener más atención o porque están cansados…). Una vez que conoces el patrón es más fácil prevenirlo
La complicidad
Los hermanos deben ser más cómplices que chivatos o guardianes.
En este sentido no debemos castigar a un hermano si defiende o miente por el otro (aunque si castigar al que lo haya hecho mal).
Es importante dejarles tener su intimidad, no querer saber siempre lo que se traen entre manos (los ratos hablando antes de dormir, los secretos, las trastadas…), esto crea entre ellos una sensación de equipo muy fuerte: “nosotros contra el mundo”.
No pedirle al hermano mayor que haga de fiscal de su hermano pequeño, que vigile que no se porte mal o que haga los deberes… Tampoco hacerle totalmente responsable de su hermano pequeño, de que le cuide, por ejemplo, cuando se quedan solos o cuando salen con amigos. Esto hará que el hermano responsable termine sintiendo al otro hermano más como una carga que como un cómplice, y por otra parte también logrará que el hermano que es vigilado perciba que tiene varios padres, pero es huérfano de hermano.
La colaboración
Hay que crear un clima de colaboración entre ellos, algunas estrategias para conseguirlo son: mandarles tareas siempre cooperativas, que hagan las cosas juntos, que haya premios por conseguir hacer las cosas bien entre las dos, por ejemplo, mandarles poner la mesa entre los dos, y si lo hacen rápido y sin pelear se les da un premio. Entrenarles para llegar a acuerdos, por ejemplo, yendo a una juguetería y dándoles 10€ para que se gasten en una sola cosa que les apetezca a ambos.
Procurar que se lo pasen bien juntos, que compartan tiempo de calidad, por ejemplo viendo una película que le guste a los dos, jugando juntos, yendo a lugares que les gusten (esto a veces es difícil porque los niños pasan mucho tiempo en actividades extraescolares y se quedan sin ratitos para experimentar este tipo de cosas) .
Castigar el egoísmo y premiar la generosidad. Por supuesto hay que procurar que cada uno tenga su espacio y sus cosas, pero se debe promover una actitud de compartir (esto quizás cueste alguna bronca).
La exclusividad
No siempre tratarles en bloque. Todos necesitamos sentirnos únicos y especiales. Es importante pasar tiempo por separado con ambos hermanos, mostrarles que van a tener el cariño y la atención de sus padres con independencia del otro hermano. Una forma de hacerlo es tener un ratito para conversar por separado a cada uno por la noche, o irse a hacer algún recado solo con uno de ellos. Esto les hará vivirse menos como competidores, pues hagan lo que hagan van a tener lo que más desean, el afecto exclusivo de sus padres.
Por último, inculcarles incansablemente desde pequeños que su hermano es lo más valioso que tienen. Es un mensaje que de pequeños no van a entender ni compartir, pero vale la pena repetirlo porque cuando sean mayores se acordarán de ello.
Irene Alonso Martínez